Un nuevo tren acaba de arribar a la estación en la que me encuentro. No es el Orient-Exprés pero tampoco es un mercancías.
Es uno de esos viejos trenes que van lentos, pero seguros; que van parando de pueblo en pueblo y puedes apearte, si quieres, y comprar unas chucherías. Uno de esos trenes en los que puedes ir disfrutando del paisaje mecida con el suave traqueteo...
Pensé que no podría subir, ¿dónde meter tanto equipaje como llevo, si el tren ya va bastante lleno? Pero resultó que, recolocando un poquito las cosas, siempre se puede hacer sitio para algo más, si tienes la suficiente paciencia y no tienes miedo a volver a empezar una y otra vez hasta que vaya encajando todo. Así que, después de recolocar los equipajes, he decidido que voy a subirme.
No sé hasta donde me llevará. Tal vez, la próxima ciudad sea el "fin de trayecto" y entonces yo tenga que bajarme y sentarme en esa nueva estación a esperar el siguiente tren.
Seguramente, me quedaré esperando un largo rato, por si aparece de nuevo el Orient-Exprés, y supongo que, más adelante, me subiré en algún otro tren, sin saber a qué destino me llevará. Lo único que sé es que no cogeré un mercancías. Ni un AVE. No tengo prisa, quiero disfrutar, suficientemente cómoda, del viaje.
No olvidaré nunca el Orient-Exprés que dejé pasar solo porque hacía mucho, mucho que no veía un tren y no supe reconocerle, pero nunca he querido ser Penélope y seguir en la estación eternamente, a esperar su regreso.
Ojalá vuelva a cruzarme con aquel Orient-Exprés. Mientras tanto... la vida sigue.
Babel
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