Eres mi musa, qué vamos a hacerle.
Veo una de tus fotos, leo uno de tus textos... y mi imaginación vuela envuelta en millones de palabras que andan buscando un sitio.
Y tengo que escribir.
Es una necesidad. Igual que la de dormir. De repente, me entra el sueño y me quedo dormida en cualquier parte. Y si no duermo, me pongo insoportable: el cansancio se apodera de mí y me vuelvo quisquillosa, intransigente, borde, cínicamente lúcida...
Pues lo mismo me pasa si no escribo. La palabras se me atragantan a la altura del pecho, y me oprimen. Me ahogan, me empequeñecen....
En cambio, cuando escribo lo que las musas me dictan... es como si creciera, como si esta mujer pequeñita, insegura, mediocre,... se hiciera grande, fuerte, capaz de mover montañas con la fuerza de su fe.
Por eso escribo. Por eso no puedes dejar de ser mi musa, aunque quisieras. Y aunque, a veces, yo también quisiera.
Sé que todo esto te incomoda, pero yo no puedo evitarlo, porque no quiero evitarlo. Porque me gusta esta sensación cuando escribo. Porque las musas nunca me pillan trabajando. Las musas solo vienen cuando tú me las envías. Y me las envías. Me las envías muchas veces. Y sé que es sin querer, pero, a veces, parece queriendo.
Babel
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